Llevo tres días de reto y en cada autorretrato he aprendido algo nuevo: sobre mi cuerpo, sobre fotografía, sobre el proceso creativo que me guía. Son aprendizajes que ya tengo interiorizados después de años de práctica, pero aun así me siguen sorprendiendo.
Y es que dedicarse unos minutos al día para mirarse es una terapia de largo recorrido que no deja de curar.
Cada mañana espero ansiosa el tema propuesto, ese pequeño detonante que marcará mi día. Sí. Me paso horas (de subconsciencia) pensando qué haré, cómo lo haré y qué contaré. A veces tengo claro qué fotografiaré, otras qué escribiré. Pero la realidad es que hasta que no me enfrento a la cámara, no sé qué saldrá de ahí ni qué me inspirará contar. Porque en los retos de fotografía siempre necesito primero de la imagen para ponerle palabras.
En algunos casos me he hecho la foto por la mañana y, al final de la tarde, he sentido la necesidad de repetir la sesión porque nuevas ideas visuales no paraban de rondarme la cabeza. Eso me pasó ayer. Tenía claro el objeto y lo que quería contar desde el momento que leí a
. Antes de irme a trabajar la sesión la tenía hecha. Me lo puse fácil porque los lunes son intensos.Pero a lo largo del día me fui deshinchando con el resultado. No comunicaba el afán de la elección, el peso de su importancia. Y una imagen de mí misma sujetando los libros me rondó todo el día. Llegué a casa a las siete de la tarde y “necesitaba” sacar esa imagen de mi cabeza. El resultado no fue exactamente lo que esperaba, pero cubría el expediente de mi autoexigencia.
Con el tema de “lo que no se ve”, que requería una foto de mí misma de espaldas, me inspiró una frase flash: “yo doy la cara hasta de espaldas”. Quise fotografiarme de espaldas como si estuviera de frente: camisa abotonada por detrás, corbata, algún complemento en la cabeza como un sombrero o unas gafas, y pantalón de pinzas. Bueno, pues el resultado fue un auténtico desastre. No se entendía nada. Así que me quedé con la camisa puesta del revés, abierta por la espalda, y en bragas.




La luz de la habitación no era mala pero yo no me gustaba con esa crudeza que da la iluminación directa y recurrí al truco de tapar parcialmente el objetivo que siempre me saca de un apuro. Y ahí me agarré al tema propuesto: “lo que no se ve”, mostrando el proceso de creación de la atmósfera. Tiré de mis conocimientos técnicos de fotografía y salí del apuro. Y mi espalda, edulcorada con plástico y gasa, ya era otra cosa. Visible según mis propios estándares de auto publicación.
A veces me enfrento a la sesión sin tener ni idea de qué pasará o cómo la desarrollaré. Eso ocurrió con la máscara. Solo pensé en hacerme una foto con ella hasta que me vi reflejada en el baño, iluminada, con mi imagen duplicada en los espejos. Me gustó lo que vi y el juego conceptual que podía explorar. Jugué con las miradas y los colores hasta llegar a la imagen final. Quise ser literal: mostrar el acto de ponerse la máscara, no solo llevarla puesta.



Hoy toca “desmembrarse” y me encanta el plan. Estoy pensando en hacer un collage, pero quién sabe por dónde me llevará la sesión ni qué acabaré contándoos.
Nos vemos con el resultado.
¡Ah! Cuéntame si te pasa algo parecido con tus autorretratos.
Gracias Eva. Yo aprendo mucho con tus procesos y con tus fotografías. Es curioso cómo cada persona tiene su propio proceso creativo. En mi caso, espero que alguna idea tome forma en mi cabeza. De ahí a la fotografía va un mundo. Normalmente no sale lo que estaba pensando.. Pero encuentro alguna que me gusta en el proceso.
Y aunque ya la tenga, como tú dices, me siguen rondando nuevas ideas.
Lo que me gusta es que el cerebro trabaja en paralelo, sin quitarse de encima el encargo del todo y disfrutando de ello.
Gracias por enseñarnos tus trucos.
A mi el tema de autorretratarme se me escapa... si ya me cuesta enfocar a algo que tengo frente a mi ojo... como para hacerme una foto verme por la ventanita. Flipo con tu capacidad 🥰