Si me sigues sabes lo que te voy a contar: cómo llegué a hacer las últimas fotografías del reto de autorretratos en el que he participado este mes. El proceso creativo y los activadores que dieron con la solución.
Cada imagen es distinta y el tema, es un disparador impredecible. A veces, la fotografía es consecuencia directa de ese disparo: un tiro al blanco. Otras, solo es una bala que, en el proceso de creación, descubre dónde está la diana. El tema rebota de una pared a otra, hasta dar con la idea.
En “¿Vienes o vas?” había que aparecer con una fotografía de tu yo de otro tiempo. El ejercicio era más psicológico, ese enfrentarte al pasado, de mirarle a los ojos y decirle lo bien o mal que lo está haciendo, darle aliento y quererte como no lo hiciste entonces. Pues bien, “esa foto” que se buscaba yo no la tenía. En casa tengo un álbum familiar de mi infancia hasta los seis años. Y, sinceramente, pocos recuerdos tengo de cómo me quería en aquel entonces.
La fotografía más decente era la que escogí. Y me venía con espejo incorporado. Había utilizado el recurso del espejo ya dos veces, una como solución creativa (sustituyendo un cuchillo) y otra por necesidad (era el tema). ¿Otra vez iba a usar un espejo? Pues sí, me lo iba a poner fácil. Eso sí, le di una vuelta en el texto: escribí un alegato en mi defensa del uso reiterado de los reflejos, en tono de humor, pero muy alineado con la práctica del autorretrato. Si no lo leíste, aquí te lo dejo:
“Salta” es un tema al que le di muchas vueltas. Fue una bala que rebotó en demasiadas paredes. De hecho, reconozco que tenía tres opciones que me salieron en el proceso de creación. Hasta las siete de la tarde no iba a poder hacer la foto, por lo tanto, cualquier opción luminosa en exterior para congelar la velocidad quedaba desestimada. No hacía falta ser literal con el tema, el salto era optativo, lo importante era demostrar el movimiento.
A lo largo del día no dejé de darle vueltas al tema: entre lectura de briefing, llamadas, mails, repaso de guion audiovisual… Vamos, mientras trabajaba, la bala rebotaba en mi cabeza. Al final de la mañana tenía claro que solo aparecerían mis piernas. Había abusado mucho de mi cara a lo largo del reto y necesitaba refrescar mi muro.
Así que al llegar a casa me metí en Pinterest para descomprimir e inspirarme. Busqué retratos de piernas. Tal cual. Y me salieron tropecientas imágenes de bailarinas: mucha punta y saltos imposibles. Pero en ese buceo apareció una imagen que me impactó tremendamente: la pierna de una bailarina y una mano que se tocaban. Me rechifló. Y quise imitarla.
Evidentemente es una postura imposible en una única toma. Tenía que hacer dos fotos sobre un mismo plano, misma iluminación y controlando mucho la postura para conseguir ese efecto al unirlas.
No hace falta decir que ni mi brazo ni mi pierna son de bailarina. Sudé lo mío haciendo las poses. Y es que utilicé de fondo una pared que está sobre un sofá y debía levantar mucho la pierna para que no se viera el respaldo y evitar sombras. No hay macking off de la sesión, pero era para verme. Y no doy detalles.


Ahora bien, cuando peor lo pasé fue en posproducción. Porque ni soy hábil con las puntas ni con el Photoshop. Entre tutoriales de YouTube y el infalible sistema “prueba error” di con la imagen que os muestro.
Durante el proceso, buscando el encuadre que mejor funcionaría con el recorte de Instagram, opté por esta imagen final.
Y es que el encuadre es el cien por cien de la razón de tu imagen. Porque en el encuadre decides qué enseñas y qué escondes. Dando importancia a lo que quieres mostrar.
De esto hablaré en el próximo post porque se me hace largo para comentar las últimas dos imágenes.
Hoy os he desvelado algunos trucos de “mi magia”. Aunque sean muy de andar por casa. Pero en bata, ya veis, también salen las cosas.
Ahora te toca a ti.
Cuenta, cuenta.
Me encantan tus explicaciones.
Gracias, Eva. Se aprende mucho leyéndote.
Muy bonita esa fotografía. Te imagino en esas poses imposibles encima del sofá.
Gracias por compartir.