Me quedaba el proceso de creación de los dos últimos autorretratos del reto de este mes. Quiero terminar de explicarlos para cerrar ciclo, pero también porque son dos soluciones creativas muy reveladoras que adquieren valor con el resultado. Y quiero compartirlo.
A veces, el proceso creativo es sanador en sí mismo y nos desvela verdades que la realidad mundana nos oculta, no podemos ver o no queremos reconocer.
El tema “Multiplícate” lo resolví de una manera literal: me fotografié en un mismo plano con diferentes expresiones. Como la premisa era llenar un carrusel de veinte fotos, no escatimé en poses, e incluí manos y brazos que me ayudaran. Una vez hechas las fotos empecé a sobrexponerlas desde la propia cámara. Sobre la última sobreexposición incluía una nueva pose. Así hasta completar las veinte.
Conforme ampliaba exposiciones la imagen se desdibujaba. Pero seguí multiplicándome. Hasta que desaparecí. Obvio. ¿O no? ¿Una multiplicación de uno mismo no debería ser un amasijo incomprensible de garabatos? ¿Por qué desaparecía? Es evidente que es un efecto de la luz. Allí donde más iluminación había, la imagen desaparecía a más sobreexposición.
Desaparecer así me hizo reflexionar mucho. Y es que nos han hecho creer que multiplicándonos llegamos a más sitios, estamos más presentes, somos más productivos y merecedores de méritos propios de superhéroes.
Pero no, la realidad es que si nos multiplicamos en demasía no llegamos a ningún sitio. Sencillamente dejamos de estar. Y así me quedé: sin cara y mareada.
Poner “Palabras” a la foto era sencillo. Así empecé febrero, inspirada por letras y un “Love Me” que determinaría este mes. Ahí seguía, suspendida en un “todavía”.
Terminé el reto recordándome que el amor propio no es una meta, sino un proceso. Cada autorretrato había sido una conversación conmigo misma, a veces incómoda, a veces reveladora. Es la magia de la fotografía, que todo lo muestra.
En cuanto a la foto elegida confieso que no fue un disparo de ese día. Opté por uno de los retratos del día anterior desde un encuadre de “prueba” que, tras ver el resultado me gustó más. Pero solo tenía un disparo, del otro, treinta.
Reencuadrar es como volver a fotografiar. Porque la elección del encuadre constituye la foto en sí misma. Sí, una imagen es luz, es perspectiva, es color, es atmósfera, pero, por encima de todo, es espacio. Ese trocito de lugar que el fotógrafo elige.
Me elegí en dos niveles: el ying y el yang. El negro del pelo que me daba espacio para el texto y la luz de la mitad de mi rostro, que dotaba de sentido a la imagen.
Buscaba un lugar para escribir y en el proceso de creación apareció mi propio sentimiento de equilibrio en un reto.
Vuelvo ahora a la penumbra para descansar, recomponerme y volver al “tempus” analógico alejado de la presión de las redes sociales y la dosis de dopamina que genera cada publicación.
Hasta el próximo reto.
Por aquí seguiré escribiendo de la vida.
Gracias por leer(me).
Muy interesante!!!!👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻